sábado, 14 de julio de 2007


Sin miedo frente a la muerte:
Lo siguiente es tomado del diario de un Pastor: "He hallado que, así como uno participa de las gloriosas experiencias; de un nacimiento, una boda y del gozo y alegría que estas producen, también participa y se enfrenta con la muerte cara a cara, cada semana de su ministerio.
Cierta tarde me llamó una madre: -Leslie se muere -, me dijo. -Ninguno de nosotros tiene valor para decírselo, queremos que usted venga y le comunique que ya no puede vivir- Trató de decir algo más pero un sollozo reemplazó sus palabras afligidas. Supuse que ellos me llamaban porque Leslie y yo habíamos sido buenos camaradas, a pesar de que él sólo tenía dieciocho años. Acostumbrábamos caminar juntos por la costa, por las montañas y por dondequiera que nos llevaran nuestras piernas y, - (contar con la amistad de un joven puro y bueno es de mucho más valor que el oro para un predicador)-
Llegó el momento: su madre sentada al otro lado de la cama tomando las débiles manos en las suyas y derramándose su corazón a través de las lágrimas mientras yo le decía a Leslie lo que había dicho el doctor. Traté de hacerlo lo más suave que pude ya que estaba tan débil. Quedamos esperando ansiosos el resultado. Él me miró por breves minutos y dijo: "Está bien, usted me ha enseñado a no tener miedo, ni aún en la muerte". Enseguida sus ojos se iluminaron, mientras se escuchó un sollozo no contenido de su madre... "Mamita, no llores - le dijo volviéndose a ella - está todo bien. Es sólo otra aventura que voy a tener en aquellos campos. El Pastor lo llama a eso una parte de la aventura de la vida. Tiene razón .. y yo no estaré muy lejos de ti mamacita".
El hecho de saber que yo, inconscientemente, lo convencí a él de no tener miedo a la muerte fue para mí, mejor que el oro... sí, mejor que mucho oro afinado".
testimonio :
El Poder de la Oración de Una Madre
Era el menor de varios hermanos. Gozábamos de buena situación económica. Mis padres, como muchos europeos, trajeron consigo una religión tradicional heredada: se decían creyentes, especialmente mi padre. Pero su preocupación espiritual no iba más allá de asistir al templo en los servicios fúnebres, el Día de Acción de Gracias, Semana Santa y Navidad. Cuando hacía algo más, adornaba un enorme pino que había en el jardín y lo llenaba con juguetes y golosinas que repartía a todos los niños pobres del vecindario. A los ojos de muchos figuraría como un buen cristiano. Mi madre, sin embargo, tenía una fe más sólida que trataba de mantener, a pesar de todas las circunstancias. A los hijos menores nos mandaba a la iglesia los domingos por la mañana. Allí aprendimos varios himnos y porciones de la Biblia.
El deseo de mamá, y oraba por eso, era que alguno de sus hijos (fuimos ocho) llegara a ser predicador del Evangelio. El más "santurrón" de la familia no lo alcanzó y ni lo procuró siquiera: terminó sus días consumido por el licor. La única esperanza que le quedaba a mi madre era yo, porque ya todos los mayores habían decidido la vocación de sus vidas. Pero, ni mi carácter, ni mis sentimientos estaban puestos en esa meta. Mi comportamiento imitaba al de Juan Tenorio y mis aspiraciones eran llegar a ser oficial de la Marina Chilena. Así ingresé a la Escuela Naval y mis estudios iban bien. En los días libres frecuentaba a una familia amiga que me atendía cariñosamente. Pronto, aprovechando que mi casa estaba distante, hice lo que muchos jóvenes son tentados a hacer aprovechando su libertad. Comencé a frecuentar un bar en el que me uní a un grupo de vividores. De esos amigos que uno se encuentra en todas partes y que sirven solamente para "pasarlo bien", como se llama a tener dinero, bastante trago y mujeres. Era lógico que eso iba a perjudicar mis estudios: mis calificaciones bajaron, fui perdiendo interés en estudiar hasta llegar al extremo de abandonar el plantel cuando me faltaba poco para terminarlos. Me declaré enfermo. Mis padres, desde el sur, ignorantes de la verdad, seguían enviándome dinero. Me fui a vivir a una pensión y seguí dándome, por breve tiempo, lo que yo consideraba "una gran vida" junto a esos que se acercan a uno cuando el dinero abulta en el bolsillo.
Cuando mi familia descubrió el engaño quedé sin dinero. No sabía trabajar y, lo peor, tenía la obligación de casarme con una joven de quien yo me había aprovechado y que pronto me daría un hijo. Cuando uno es irresponsable nunca enfrentará los problemas, tratará de huir refugiándose en alguien que los enfrente por uno, o bien, se refugiará en el atontamiento temporal que trae consigo algún vicio. Esto último fue lo que yo hice.
No senté cabeza por casarme, seguí hundiéndome en el vicio. Conseguí varios trabajos gracias a las amistades de mi familia, pero no duraba mucho porque los perdía cuando me tomaba (bebía) gran parte del salario. Mi esposa, fiel católica, se desesperaba porque la familia aumentaba y era imposible mantenerla. Yo me burlaba de sus rezos. Viendo la miseria de mi vida, me desquitaba con ella, seguía emborrachándome. ¡Cuántas veces ella tuvo que recogerme desde la puerta, dormido, y arrastrarme hasta la cama... ¿Se puede llamar vida a esa miserable existencia?. Viviendo en medio de esas tinieblas, uno piensa que eso es la vida y que hay que resignarse a lo que diríamos "la suerte le tocó".
Mi esposa, entretanto, había aceptado el Evangelio y comenzaba a orar por mí. Muchas veces me invitó para que asistiera con ella pero yo me negaba. Si a veces llegué hasta las puertas del templo fue con un grupo de borrachines como yo, con los que íbamos a reírnos de los evangélicos.
Una noche acepté entrar - era una oportunidad que Dios me daba para que yo saliera de mis tinieblas - El misionero, que estaba de visita, comenzó a hablar como dirigiéndose a mí solamente. Me sentía incómodo. Parecía como que ese señor era adivino o bien es que ... ¡sí, sí, allí estaba mi esposa!... ha sido ella, pensé, seguramente que vino a contarle todo lo malo que soy... ¡ya me las pagaría cuando regresáramos a casa!... un momento..., eso no puede ser: Este hombre dijo que había llegado en el tren de las seis y mi esposa estuvo en la casa hasta que se vino a la reunión conmigo. No pudo haber contado nada.... ¿Será que Dios me habla a través de este hombre?.. Sí, porque ¿quién puede conocerme tanto sino Él?. Bajo esta convicción me llegó el momento de tomar una decisión: pasé al altar, respondiendo a la invitación que el predicador hacía y ¡qué hermosa fue la experiencia!. Confesé a Dios todos mis pecados, le conté de todos mis fracasos, de mis vicios, de mis luchas. Le pedí perdón por mi irresponsabilidad, por haberlo ofendido. En fin, dejé salir de mi corazón todo, quedó vacío y listo así para llenarme de la paz, del gozo y de la seguridad que trae la presencia de Jesucristo cuando uno lo acepta como el Redentor, el que murió llevando todos nuestros pecados e iniquidades... ¡para que decir el gozo que trajo mi conversión a mi hogar! Ahora no solamente asistíamos juntos al templo sino que el hogar cambió totalmente. ¿Habrá alguna expresión para explicar a alegría que uno siente al saber que toda la vida antigua ha terminado y ha comenzado una nueva llena de esperanzas y contando con la seguridad de la vida de Dios en ella?.
No me importó el desprecio de amigos y parientes – el mundo es insensato – Cuando yo era vicioso e irresponsable todos me miraban con lástima y compadecían a mi esposa; ahora que yo dejaba mis vicios y me restauraba a una nueva vida limpia y maravillosa, me despreciaban por haberme hecho evangélico. Todo eso no me importó porque los nuevos amigos que ahora tenía eran más que eso, eran verdaderos hermanos que me amaban sinceramente. Y algo más glorioso: El Señor me escogió para predicar el Evangelio y he servido por más de treinta años a otros que, como yo y como muchos, estaban viviendo en medio de horribles tinieblas y esclavos de vicios y pasiones que avergüenzan, pero que también han venido a la luz gloriosa del Evangelio para encontrar allí perdón y paz inmerecida pero concedida por el Señor a todos cuantos estén dispuestos a recibirle. A tanta bendición y gozo se añade el saber que algunos de mis hijos también han sido llamados para pregonar este mensaje vivo y verdadero.
Mi madre oraba para que uno de uno de sus hijos fuera un predicador. Yo no tenía esperanzas de serlo, pero Jesucristo me llamó a su servicio después que cambió mi vida.
Madres cristianas: oren sin desmayar, confiando, aunque no vean las respuestas a sus clamores los que a su tiempo el Señor contestará. Yo soy la respuesta a la oración de mi madre y su hijo será la respuesta a la suya.

El Señor me liberó del demonio:
Soy natural de la provincia de Cautín y por espacio de ocho años soporté una terrible enfermedad; cuando tenía quince años, una noche dormía y desperté aterrorizado: sentí como un poder satánico me embargaba y hacía sacudir mi cuerpo. Desde aquella vez fui continuamente atormentado y ya no hubo descanso para mí. Por supuesto, me llevaron al médico quien me recetó algo para los nervios, aunque confesó que no entendía que tipo de enfermedad me afectaba.
La fuerza poderosa que tenía dominio sobre mí me retuvo dos años en cama, manteniéndome con diversos remedios. Tenía miedo de la gente y por lo tanto no quería ver a nadie; muchas veces perdía el conocimiento; otras me arrancaba de la cama y huía a los campos para que nadie me viera. En uno de mis momentos de mayor lucidez rogué a mis padres que me mandaran a Santiago; ante mi insistencia, ellos accedieron. Yo tenía la esperanza de que, cambiando de lugar, podría sentirme liberado. Pero mi mal no me dejaba. Temía estar solo en mi pieza y salía a deambular por las calles sin rumbo fijo. Tal vez la gente al pasar no se diera cuenta de mi estado. Pero el demonio me hacía pensar que yo no tenía salvación, que estaba totalmente condenado a vivir así. Ahora reconozco que todo eso era de Satanás, antes sólo pensaba que era un grave desequilibrio nervioso, como lo había diagnosticado el médico. Cuando hice el Servicio Militar recibí muchos castigos a causa de esta enfermedad, puesto que el demonio me llevaba donde él quería. Así nunca podía mirar a nadie de frente y el frío y el miedo no se me quitaban ni de día ni de noche. A todo esto agregaba una alergia nerviosa (según diagnóstico) que me atacaba varias partes del cuerpo, me causaba gran comezón y sangraba, todo lo cual me causaba ira y la ira, comezón desesperante... Cuando me dominaba la ira, tomaba mis ropas y las despedazaba. ¿Comprenden ustedes por qué muchas veces quise quitarme la vida?. Sin embargo, Dios nunca lo permitió...
Seis años transcurrieron viviendo lejos de mis padres y sin poder librarme del demonio, que ya me había despojado de toda la fe, de la esperanza que antes pude tener. Pero, amigos, la gran misericordia, el amor inmenso de nuestro Salvador Jesucristo, es maravillosa. Un día feliz, también me llamó a mí, si, A MÍ, que me consideraba la escoria de la sociedad. Así fue que, encontrándome sin trabajo, acudí a una hermana mía para pedirle una pieza donde alojar. No la visitaba hacía mucho tiempo y me encontré con la novedad de que ahora era evangélica. Es claro que me invitaron a las reuniones y acepté acompañarles el domingo siguiente. Cuando entré al templo, perdí el conocimiento y no me acuerdo de nada de lo que allí pasó. Eso, por supuesto, era obra del demonio. Sin embargo, seguí asistiendo: no entendía nada de las predicaciones. Cada vez que procuré clamar a Dios no podía porque, en el momento de hablar, me olvidaba de lo que quería decir. Pero un lunes, estando en reunión, doblé mis rodillas y sentí un gozo muy grande: pude confesar muchas cosas a Dios y le pedí que quitara de mí el poder que me atormentaba. El pastor y toda la congregación intercedieron en la oración por mí y, queridos amigos, es inexplicable la gran obra de sanidad que el Señor hizo en mi: las cadenas que me habían atado por ocho largos años, fueron quitadas.
El 15 de julio de 1968 di públicamente gracias a mi Señor. Ahora le sirvo feliz y agradecido hasta la eternidad, tanto en lo físico como en lo espiritual. Jesucristo me sacó del abismo tenebroso en que me hallaba para traerme a vivir gozosamente en la luz del glorioso evangelio.

No hay comentarios: